Instituto Regional de Planeamiento y Hábitat (CONICET-UNSJ)- Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Diseño- Universidad Nacional de San Juan. Av. Ignacio de La Roza y Meglioli – Rivadavia – San Juan – CP. 5400 Tel.:+54 264 4232395
En la actualidad, el diseño de espacios destinados a la salud ha superado las exigencias meramente funcionales y técnicas, dando lugar a un nuevo paradigma centrado en el bienestar emocional y mental de las personas. La neuroarquitectura, como campo emergente que articula principios de la neurociencia con el diseño arquitectónico, ofrece herramientas para comprender cómo los entornos físicos inciden en las emociones y el comportamiento humano.
Desde la neurofisiología, es posible explicar los procesos mentales y físicos que desencadenan las emociones, y al vincularlos con las disciplinas proyectuales, se accede a una mirada integral del ser humano como sujeto inmerso en contextos que configuran su experiencia y comprensión del mundo.
En este marco, resulta pertinente una investigación de carácter interdisciplinario que profundice en los fundamentos de la neuroarquitectura y reflexione sobre principios como la percepción sensorial, la cognición espacial y la regulación emocional. Estos aportes permiten elaborar directrices proyectuales orientadas a mejorar tanto la calidad de vida como la eficacia de los espacios de atención sanitaria.
La integración de saberes provenientes de la neurociencia y del diseño no solo permite fundamentar cómo los entornos construidos inciden en el bienestar físico y emocional de quienes los habitan, sino que también proporciona una base teórica para la noción de “habitar” como una práctica esencial y constante del ser humano, anclada en la interacción significativa con el entorno.
Introducción
La humanización de la atención en salud supone una reconsideración profunda de la persona en su integralidad, lo que exige una mirada interdisciplinaria que articule dimensiones biológicas, emocionales, cognitivas y simbólicas. En este contexto, la arquitectura destinada al ámbito sanitario ha evolucionado desde enfoques centrados en la funcionalidad hacia propuestas orientadas al bienestar del paciente y a su vínculo afectivo con el entorno construido (Pringles, 2012).
Desde la fenomenología, pensadores como Merleau-Ponty (1945) y Bollnow (1969) han abordado la noción de habitar como una experiencia vivencial en la que se amalgama lo espacial con lo anímico. El cuerpo, en tanto mediador sensible, establece una relación encarnada con el espacio, permitiendo que este sea percibido no solo como estructura física, sino como ámbito existencial cargado de significados.
Las neurociencias contemporáneas validan esta comprensión al demostrar la interdependencia entre el entorno físico, el estado emocional y los procesos fisiológicos del ser humano. Diversos estudios señalan cómo la configuración ambiental influye en la actividad cerebral y en la regulación bioquímica, modulando el estado de ánimo y la percepción del bienestar (Eberhard, 2009).
En este sentido, el acto de habitar se configura como una relación íntima que entrelaza cuerpo, mente y entorno. Desde una visión holística, los espacios humanizados no son meramente funcionales, sino escenarios vivenciales que promueven la salud, la recuperación y la calidad de vida a partir de experiencias sensibles, afectivas y cognitivas.
Bases neurofisiológicas de las emociones
Las emociones constituyen respuestas complejas del organismo frente a estímulos provenientes del entorno. En su manifestación participan de manera integrada múltiples sistemas biológicos, siendo el sistema nervioso central (SNC) y el sistema nervioso autónomo (SNA) los principales actores en la regulación emocional.
El SNC, compuesto por el cerebro y la médula espinal, es responsable de funciones superiores como la percepción, la memoria, el juicio y la toma de decisiones. En el procesamiento emocional, estructuras como la amígdala, el hipocampo y la corteza prefrontal desempeñan roles diferenciados y complementarios: la amígdala asigna valor afectivo a los estímulos; el hipocampo los vincula con memorias espaciales y contextuales; y la corteza prefrontal permite su evaluación racional, modulando las respuestas conductuales (Baldassano et al., 2024).
Por su parte, el SNA regula funciones fisiológicas involuntarias y se divide en dos ramas: la simpática y la parasimpática. La primera se activa ante situaciones de alerta o amenaza, generando respuestas como el aumento del ritmo cardíaco o la tensión muscular. La segunda favorece estados de calma, descanso y recuperación fisiológica (Sternberg, 2009).
Durante el tránsito por un espacio arquitectónico, ambos sistemas pueden activarse en simultáneo. Por ejemplo, un hospital con pasillos largos, iluminación fría y escasa conexión visual con el exterior puede inducir respuestas de estrés, desorientación o incomodidad a través del SNA simpático. En contraste, una sala de espera con luz natural, presencia de vegetación y materiales cálidos tiende a activar el SNA parasimpático, promoviendo sensaciones de calma, contención y apertura emocional.
Simultáneamente, el SNC evalúa cognitivamente la experiencia: en un entorno coherente, la corteza prefrontal interpreta la situación como segura, lo cual refuerza el estado de bienestar. Por el contrario, en espacios caóticos o mal articulados, puede emerger confusión, ansiedad o rechazo. Esta interacción entre procesamiento emocional y racional evidencia que el diseño arquitectónico no debe limitarse a criterios estéticos o funcionales, sino que ha de contemplar los efectos inmediatos y mediatos que el espacio genera en el sistema nervioso de sus usuarios.
El espacio como experiencia vivida
La arquitectura no puede comprenderse únicamente como una construcción física o funcional; es, ante todo, un fenómeno perceptual, emocional y simbólico. Desde la psicología del habitar, se reconoce que los espacios arquitectónicos inciden directamente en la subjetividad de las personas, configurando su comportamiento, su estado emocional y su mundo sensorial (Norberg-Schulz, 1980; Pallasmaa, 2006).
En esta línea, resulta pertinente definir tres conceptos fundamentales -percepción, emoción y experiencia- desde una perspectiva interdisciplinaria, para comprender cómo el espacio habitado impacta en la vivencia integral del ser humano.
I.-Percepción: el primer vínculo con el entorno
La percepción ambiental es el proceso a través del cual el cuerpo recibe e interpreta estímulos del entorno -luz, temperatura, texturas, sonidos- mediado por factores como la memoria, la cultura, la biografía emocional y el estado anímico del sujeto (Gibson, 1979; Pallasmaa, 2012). Esta percepción no es pasiva: es un acto activo y encarnado, donde el cuerpo es instrumento y mediador del sentido.
II:-Emoción: respuesta afectiva ante lo percibido
Las emociones emergen como reacciones psicofisiológicas frente a la percepción del entorno. En arquitectura, estas respuestas se manifiestan en atmósferas que afectan el ánimo, la conducta y el bienestar. Espacios cálidos, con proporciones armoniosas y presencia de naturaleza pueden inducir tranquilidad o alegría. En contraste, ambientes fríos, desordenados o excesivamente densos pueden provocar ansiedad, rechazo o desorientación (Zumthor, 2006; Malnar & Vodvarka, 2004).
III.-Experiencia: integración de cuerpo, memoria y significado
La experiencia del habitar es un fenómeno complejo y subjetivo, que articula percepción, emoción, memoria, acción y sentido. Esta vivencia está atravesada por múltiples dimensiones -sensoriales, culturales, históricas y afectivas- y se sedimenta en la memoria, contribuyendo a la construcción de identidad (Bachelard, 1957; Merleau-Ponty, 1945).
La experiencia del espacio implica:
*La vivencia corporal, en la forma en que el cuerpo se desplaza y se siente en un lugar;
*La memoria emocional, en los recuerdos que se activan o se generan a partir de esa vivencia;
*Y la significación personal y social del entorno, en función de su uso, su historia y su relación con la identidad.
Desde una perspectiva fenomenológica, Merleau-Ponty (1945) sostiene que el cuerpo es el medio a través del cual accedemos al mundo: percibimos el espacio no solo con los sentidos, sino también con la memoria, la cultura y la emoción. En este sentido, el espacio no es meramente físico: es vivido, compartido, sentido.
La relación dinámica entre percepción, emoción y experiencia se puede sintetizar en la siguiente articulación conceptual:
| Concepto | Función principal | Relación con los otros |
| Percepción | Entrada sensorial | Activa emociones y conforma la experiencia |
| Emoción | Respuesta afectiva | Modula la percepción y da sentido al habitar |
| Experiencia | Integración subjetiva | Resultado de percepción y emoción sostenidas en el tiempo |
Tabla: Relación dinámica entre los tres conceptos (colaboración con IA).
Esta comprensión nos lleva a afirmar, siguiendo a Pringles (2012), que habitar no es simplemente ocupar un espacio, sino establecer con él un vínculo sensible y significativo. Es en esta interacción donde lo anímico y lo espacial se entrelazan, configurando espacios humanizados que reflejan la conexión entre cuerpo, alma, mente y entorno. Por lo tanto, el espacio habitado se convierte en una dimensión simbólica y existencial.
Respuestas arquitectónicas y condicionantes neurofisiológicos
La arquitectura, en tanto forma material del habitar, produce efectos directos sobre los estados físicos, mentales y emocionales de quienes la experimentan. Es por ello que, los espacios construidos pueden categorizarse según las respuestas neurofisiológicas que provocan, lo que aporta herramientas valiosas para el diseño consciente y sensible de entornos humanizados.
A partir de la interacción entre el sistema nervioso central y el sistema nervioso autónomo, es posible identificar distintos tipos de respuesta ambiental:
*Espacios activadores: estimulan la rama simpática del sistema nervioso autónomo, generando un estado de alerta, atención o energía. Son útiles en áreas de acceso, circulación rápida o zonas que requieren una activación cognitiva específica.
*Espacios relajantes: promueven la activación del sistema parasimpático, favoreciendo la calma, la recuperación y el bienestar. Son fundamentales en hospitales, centros de salud, espacios de descanso y viviendas, donde se busca reducir el estrés y mejorar la calidad de vida.
*Espacios ambiguos: suscitan respuestas variables según el diseño y la sensibilidad del usuario. Pueden despertar curiosidad, exploración o, por el contrario, desorientación. Requieren una evaluación racional más intensa por parte del sistema nervioso central, debido a su carga de ambigüedad perceptual.
*Espacios coherentes: logran una integración armónica entre percepción, emoción y cognición. Generan una sensación de seguridad, pertenencia y sentido, gracias a una articulación equilibrada de los recursos formales, materiales, lumínicos y simbólicos.
Estas respuestas están determinadas por múltiples variables arquitectónicas -como la luz, la escala, los materiales, los recorridos o el contexto- que deben ser consideradas como agentes activos en la producción de significado y bienestar. El desafío proyectual reside en manipular estos factores con precisión y sensibilidad, para favorecer entornos que estimulen respuestas positivas y saludables.
Esta comprensión, basada en los aportes de la neurofisiología, refuerza la responsabilidad del diseño arquitectónico como mediador entre el cuerpo, el espacio y las emociones. La arquitectura, en tanto disciplina proyectual, posee la capacidad de modular los estados neurofisiológicos del habitar, generando espacios que acompañen las necesidades humanas en su dimensión más profunda y vulnerable.
Neuroarquitectura y procesos cognitivos del habitar
La neuroarquitectura se configura como una disciplina emergente que vincula los avances de la neurociencia con las prácticas del diseño arquitectónico. Su propósito es comprender cómo el entorno construido impacta en la estructura y el funcionamiento del cerebro humano, afectando la cognición, la emoción y el comportamiento. Esta perspectiva aporta un enfoque empírico y humanista que fortalece el compromiso del diseño con el bienestar integral.
Según Eberhard (2009), los espacios arquitectónicos influyen en regiones cerebrales asociadas a la memoria, la atención, el estrés y la emoción. Esto significa que el diseño del entorno no solo afecta la percepción estética o la funcionalidad, sino también la salud mental, el rendimiento cognitivo y la calidad de vida.
Uno de los aportes centrales de la neuroarquitectura es la incorporación de parámetros cuantificables -como la activación de zonas cerebrales o las respuestas fisiológicas- al proceso proyectual. Esto permite formular decisiones de diseño basadas en evidencias científicas, orientadas a optimizar la experiencia del usuario en contextos específicos.
Tres principios resultan fundamentales en este enfoque: la percepción sensorial, la cognición espacial y la regulación emocional.
Percepción sensorial
El habitar se construye a partir de una experiencia multisensorial. La integración de estímulos -visuales, auditivos, táctiles, térmicos, olfativos- conforma una atmósfera que puede favorecer el equilibrio emocional o, por el contrario, generar disonancia sensorial. Diseñar ambientes sensorialmente coherentes implica considerar el modo en que la luz, el color, los sonidos, las texturas y los aromas interactúan para producir un efecto emocional determinado.
En esta línea, Pallasmaa (2005) sostiene que la percepción espacial no es exclusivamente visual, sino que el cuerpo entero “siente” el espacio en una suerte de sinestesia arquitectónica. Esta afirmación refuerza la necesidad de abordar el diseño desde una comprensión multisensorial del habitar.
Cognición espacial
La cognición espacial refiere a la capacidad de los individuos para orientarse, recordar y comprender la configuración del entorno. Espacios con jerarquías claras, continuidad visual, señales contextuales y legibilidad en los recorridos disminuyen la ansiedad y favorecen la autonomía del usuario, especialmente en ámbitos complejos como hospitales, aeropuertos o grandes instituciones.
Una adecuada organización espacial mejora la experiencia cognitiva y reduce la carga mental asociada a la desorientación. Este principio resulta esencial en situaciones de estrés o vulnerabilidad, donde la claridad del entorno puede traducirse en mayor confort y seguridad subjetiva.
Regulación emocional
El diseño arquitectónico también tiene la capacidad de modular el estado afectivo de las personas. Variables como la iluminación cálida, la presencia de elementos naturales, una acústica controlada, texturas agradables o la escala humana del espacio pueden inducir sensaciones de calma, contención y confianza.
Desde esta perspectiva, la clave proyectual reside en generar entornos que eviten la hiperactivación del sistema límbico, favoreciendo así un estado de homeostasis emocional. Al estimular la activación positiva del sistema parasimpático y facilitar respuestas adaptativas desde la corteza prefrontal, el diseño arquitectónico contribuye a crear ambientes emocionalmente sostenibles.
Es importante destacar que las respuestas emocionales son inmediatas, viscerales y automáticas: el cuerpo reacciona incluso antes de que intervenga la razón. Las respuestas racionales, en cambio, son más lentas y moduladas, producto de un procesamiento consciente. El buen diseño arquitectónico armoniza ambos planos: genera primero una reacción emocional positiva y luego sostiene una interpretación cognitiva coherente y favorable.
Estas estrategias proyectuales apuntan a crear espacios que, además de funcionales y eficientes, sean emocionalmente significativos. En tal sentido, reconocer la dimensión afectiva del habitar no constituye un gesto estético, sino un compromiso ético con la salud integral de quienes habitan los espacios.
Conclusión
La convergencia entre neurofisiología y arquitectura revela que los entornos construidos no solo albergan funciones, sino que inciden activamente en los estados emocionales, cognitivos y fisiológicos de quienes los habitan. Esta evidencia pone de manifiesto la necesidad de replantear el diseño arquitectónico desde una mirada integral, que contemple la complejidad del ser humano como cuerpo sensible, mente pensante y sujeto situado en un contexto socioambiental.
El enfoque humanizado en salud, entendido como una práctica que reconoce la totalidad de la persona, encuentra en la arquitectura un instrumento potente para promover bienestar. Diseñar espacios que estimulen positivamente los sentidos, regulen las emociones y acompañen los procesos de recuperación es una responsabilidad ética y científica, especialmente en ámbitos donde la vulnerabilidad física y emocional se torna central.
Integrar saberes de la neurociencia, la psicología ambiental y la fenomenología del habitar permite proyectar entornos que no solo sean funcionales, sino emocionalmente significativos. Desde esta perspectiva, el diseño arquitectónico deja de ser un mero acto técnico para convertirse en una práctica situada, comprometida con la salud integral y la dignidad de las personas.
Habitar no es simplemente ocupar un lugar: es vivirlo, sentirlo y recordarlo. Por ello, construir espacios que sostengan esa experiencia en su dimensión sensible y simbólica es también construir para el alma.
Referencias
Bachelard, G. (1957). La poética del espacio. Fondo de Cultura Económica.
Baldassano, C., Chen, J., Zadbood, A., Pillow, J. W., Hasson, U., & Norman, K. A. (2024, octubre 3). El cerebro organiza las experiencias diarias en capítulos para fijar la memoria. El País. https://elpais.com/salud-y-bienestar/2024-10-03/el-cerebro-organiza-las-experiencias-diarias-en-capitulos-para-fijar-la-memoria.html
Bollnow, O. F. (1963). El hombre y el espacio (L. de Asiaín y R. Martín, Trads.). Ediciones Labor. (Obra original publicada en 1963 como Mensch und Raum)
Damasio, A. R. (1994). Descartes’ error: Emotion, reason, and the human brain. Putnam.
Eberhard, J. P. (2009). Brain landscape: The coexistence of neuroscience and architecture. Oxford University Press.
Gibson, J. J. (1979). The ecological approach to visual perception. Houghton Mifflin.
LeDoux, J. (1996). The emotional brain: The mysterious underpinnings of emotional life. Simon & Schuster.
Malnar, J. M., & Vodvarka, F. (2004). Sensory design. University of Minnesota Press.
Merleau-Ponty, M. (1945). Fenomenología de la percepción. Fondo de Cultura Económica.
Norberg-Schulz, C. (1980). Genius loci: Towards a phenomenology of architecture. Rizzoli.
Pallasmaa, J. (2005). The eyes of the skin: Architecture and the senses. Wiley-Academy.
Pallasmaa, J. (2012). The embodied image: Imagination and imagery in architecture. Wiley.
Pringles Belvideri, A. (2012). Arquitectura para la salud y pensamiento médico humanizado. Editorial Académica Española.
Sternberg, E. M. (2009). Healing spaces: The science of place and well-being. Harvard University Press.
Zumthor, P. (2006). Atmosferas: entornos arquitectónicos. Los objetos que nos rodean. Gustavo Gili.
Alicia Pringles es Doctora en Arquitectura FAUD-Universidad de Mendoza. Arquitecta FAUD-Universidad Nacional de San Juan. Directora del Instituto Regional de Planeamiento y Hábitat –IRPHa (CONICET) FAUD-UNSJ. Miembro del Comité Académico del Doctorado en Arquitectura y Urbanismo, FAUD.UNSJ. Directora y Co-Directora de Proyectos de Investigación, Extensión y de Becas en la Investigación de la UNSJ. Vicedirectora CCT CONICET San Juan. Contacto: apringles@conicet.gov.ar; arq.pringles@gmail.com
Ana Naranjo es Médica Especialista en Genética -Universidad Nacional de Córdoba. Especialista en Educación superior-FFHA-Universidad Nacional de San Juan. Directora Normalizadora Escuela Universitaria de Ciencias de la Salud-Universidad Nacional de San Juan. Docente, investigadora y extensionista de la Facultad de Ingeniería y Escuela Universitaria de Ciencias de la Salud- UNSJ. Directora y Co-Directora de Proyectos de Investigación, Extensión y de Becas en la Investigación de la UNSJ. Contacto: anaranjo@unsj.edu.ar; anaveronaranjo@gmail.com



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